Bitácora / Normalización de la violencia
¿Y si los linchamos?

Fecha inválida
Daniel Valencia Caravantes

A Raúl lo conocí en la frontera entre Guatemala y El Salvador luego de mi tercera visita a los chapines. Él es un administrador empleado por una compañía de lácteos salvadoreña. Es alto, manos gruesas, piel blanca y ojos claros, ameno, barrigón y platicador. Se bajó del bus después de mí, para estirar las piernas. También aprovechó para jalarle al cigarro mientras el empleado de la compañía que nos transportaba arreglaba los trámites migratorios. Aquella se prestaba para una típica plática comprometida entre dos desconocidos que no pasaría del clima, las profesiones y la nacionalidad de cada quien. De hecho, la plática arrancó así, quejándonos del calor que hace en San Salvador y extrañando el aire fresco que baña la ciudad de Guatemala. Pero cuando a los cigarros les quedaba media vida, Raúl confesó que últimamente había sido un tonto. Una declaración que llamó mi atención.

—¿Por qué?
—De haber sabido que se viaja bien en estos buses desde hace ratos hubiera dejado de venir en mi carro.

Este autobús que viaja ida y vuelta hacia Guatemala no tiene ni cinco meses de haber sido estrenado, y todos los asientos son clase ejecutiva. Pregunté a Raúl si viajaba mucho y me respondió que bastante. Por supuesto, en la empresa de lácteos se mueve hasta Nicaragua y recorre media Guatemala y media Honduras. “Cansado, supongo”, le dije, y respondió que sí, pero que trabajo es trabajo.

—Y en serio, de haber sabido que se viaja tan bien hace ratos hubiera viajado en bus… Ayer iba a venirme en mi carro pero en las noticias escuché que estaban asaltando en la carretera y no me quise arriesgar…

Le jaló al cigarro. El último golpe y buscó mi boca con su mirada, una retroalimentación, una señal perfecta para desahogar lo que traía adentro. Yo no quería hablar de nada, mucho menos de algo que tuviera que ver con violencia, pero Raúl sí. Le seguí la corriente.

—Centroamérica está jodida –dije.
—¡Ja! A mí me lo dice –soltó–. A mi esposa, no hará cosa de unos meses, se le subieron al carro y la encañonaron…
—¿No le pasó nada?
—¡Gracias a Dios, diga! En El Salvador hay casos en los que por un celular matan. Pero no, solo le robaron las cosas… Igual, dan ganas de matar a esos cabrones, ¿no cree? ¿Usted es casado? ¿Qué sentiría si le hacen eso a su esposa? Es que mire, no hay otra manera…

Cuando Raúl dijo esto comprendí que no me habló por casualidad. Soy de los que creen que las cosas pasan por algo. Raúl estaba ahí no para desahogarse él, sino para servir de oídos para mi desahogo. Nada sabía de mí, nada, y entonces dijo eso: que igual dan ganas de matar a esos cabrones. Que solo así, quizá, se acabarían los problemas. Y yo, en aquel momento, estaba de acuerdo con él. Regresaba de eso, de tratar de entender cómo en Guatemala hay grupos de ciudadanos cansados como Raúl, a los que se les acabó la paciencia y pasaron del dicho al hecho. Se lo dije, emocionado. Le conté de las comunidades guatemaltecas que linchan, de cómo una vendedora lidera a otros cientos de vendedores que han contratado los servicios de unos sicarios para limpiar el mercado en el que venden sus productos. Ángeles justicieros les llaman. No preguntan, disparan. No investigan, matan. Ladrón o pandillero que entra a esa zona, ladrón y pandillero que sale bien muerto.

—Yo sé –dijo Raúl–, allá en El Salvador tenemos que pagar renta para entrar a las colonias porque ni modo. Aquí –en Guatemala–, mire, basta con que ubiquemos a los líderes de la aldea o de la comunidad para que nos ayuden si alguien se quiere pasar de vivo cobrándonos renta… Y asunto arreglado.
—¿Y en Honduras cómo es?
—Allá está jodido también, con las maras, pagamos renta en algunas zonas. ¡Pero no tenemos tantos problemas como en El Salvador!
—¿Y en Nicaragua?
—¿Los nicas son cosa rara, verdad? Sabe que allá alguien puede subir un canasto en un autobús y pedirle al conductor que lo baje y lo deje en la calle. ¡En la calle, imagínese! Un kilómetro más adelante.
—¿En serio?
—¡Sí! Mire, una vez íbamos con los muchachos a dejar producto por una colonia de la ciudad y una señora, como a 100 metros, se nos atravesó en la calle para recoger un canasto. Yo, afligido, que sé que eso hacen en El Salvador para asaltarnos, le grité al muchacho nuestro que acelerara, que se desviara. ¡Ja, ja, ja! Luego me explicaron eso, que dejan los canastos en la calle y nadie se los roba, que el chófer ayuda a bajarlos y todo… Son raros esos nicas.
—Ojalá así fuera en El Salvador –le dije.

Reímos.

Antes de que el empleado regresara de hacer los trámites migratorios seguimos hablando de Guatemala, de su manera de hacer justicia con las manos.

—Es que... ¿sabe qué han perdido los chapines para poder hacer eso? El miedo. A nosotros eso nos falta, perder el miedo.

El bus arrancó y nos despedimos. Quedamos en que le hablaría porque tal vez llegamos a coincidir de nuevo en algún viaje. Hablar con Raúl me sirvió de catarsis y me ayudó a interiorizar esa sensación que me dejó la experiencia guatemalteca.  “¿Y si los linchamos?”, pensé en el camino de regreso. ¿Y si los linchamos y los matamos a puñetazos? ¿Y si los linchamos y les metemos machete, mientras gritan, mientras nos bañamos con su sangre? ¿Y si les pegamos uno, dos, diez balazos mientras gritamos enardecidos? ¿Y si nos convertimos en ellos?

Eso también da miedo.

 (La Ceiba, Atlántida, Honduras. Julio de 2011)

P.D. En La Ceiba hay grupos de hombres organizados que 'trabajan' en sus comunidades asesinando a los ladrones o pandilleros que quieren incursionar en sus territorios. Les llaman Los Pumas. Se los bajan a balazos. El problema es que más tarde el otro bando cobra esa factura con más balazos. Ayer presencié la escena final de una de estas venganzas, pero esa es otra historia.

logo-el-faro-en-minutos

Cada semana en tu correo, lee las más importantes noticias acerca de America Central
Apoya el periodismo incómodo
Si te parece valioso el trabajo de El Faro, apóyanos para seguir. Únete a nuestra comunidad de lectores y lectoras que con su membresía mensual o anual garantizan nuestra sostenibilidad y hacen posible que nuestro equipo de periodistas llegue adonde otros no llegan y cuente lo que otros no cuentan o tratan de ocultar.
Tú también puedes hacer periodismo incómodo.Cancela cuando quieras.

Administración
(+503) 2562-1987
 
Ave. Las Camelias y, C. Los Castaños #17, San Salvador, El Salvador.
El Faro es apoyado por:
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
TRIPODE S.A. DE C.V. (San Salvador, El Salvador). Todos los Derechos Reservados. Copyright© 1998 - 2022. Fundado el 25 de abril de 1998.