Solo en el país más violento del mundo la ciudad es demasiado pequeña para que en ella quepan dos policías con mucho poder, con muchos recursos, con mucha rabia. Un exdirector de la Policía acusa al director de turno de haberle matado a su hijo. Al final, uno de los dos tiene que huir, y Honduras, con sus muertos de cada día, sigue siendo el mismo país de siempre que rueda al despeñadero.