Bitácora / Violencia
La Sombra Negra

Desde que surgió hace dos décadas, el grupo de exterminio Sombra Negra aparece y desaparece de la agenda informativa como el agua de las quebradas, que solo baja tras la tormenta. Algunos opinan que es la solución a las maras, seguramente porque desconocen que el bum de las pandillas en San Miguel fue justo después del accionar de este grupo.


Fecha inválida
Roberto Valencia

La Sombra Negra comenzó a operar en la ciudad de San Miguel en la segunda mitad de 1994 y actuó menos de un año. Hubo antes y después incontables grupos de exterminio, con un listado de víctimas aún mayor, pero ninguno con tanto magnetismo. La inmortalidad se la debe a una conjunción de factores: por un lado, el metódico ritual en un buen porcentaje de las ejecuciones, con tiro de gracia en la nuca a hombres con manos amarradas en la espalda y ojos vendados; por otro, la profusa difusión de sus hazañas, con comunicados reivindicativos y otros con amenazas, una réplica a escala del terror generado por los escuadrones de la muerte en la década anterior; y por último, y quizá el factor más influyente, por su final hollywodense, con detención masiva de sus integrantes y juicio público a la cúpula que terminó con sentencia absolutoria, para alegría de una sociedad que de forma explícita o implícita aplaudía –aplaude– a los asesinos que dicen asesinar a delincuentes.

La Sombra Negra mató a algunos líderes de las incipientes pandillas; sin embargo, el grupo no surgió contra los pandilleros. Las maras no son lo que eran. El cénit de la popularidad de la Sombra Negra se dio tras acabar con Will Camalarga, líder de una temida banda de asaltantes que tenía su base de operaciones en la colonia Milagro de la Paz, la Curruncha.

En nombre de la Sombra Negra se amenazó a jueces, a fiscales, a políticos y a defensores de los derechos humanos. También se comprobó que algunas víctimas de la treintena que se les atribuyen ni siquiera eran delincuentes. Pero su éxito social fue fulgurante, amparado en el tsunami de violencia social que zarandeaba el país a mediados de los noventa y por el populismo de sus comunicados, en los que se vendían como justicieros que actuaban contra delincuentes consuetudinarios porque las leyes eran demasiado blandas o porque no había policías suficientes.

La extraordinaria repercusión de sus proclamas y el hecho de que la Misión de Observadores de las Naciones Unidas en El Salvador (ONUSAL) siguiera activa y escandalizada obligaron al gobierno del presidente Armando Calderón Sol a actuar. El caso lo asumió la División de Investigación del Crimen Organizado, la DICO, una efímera unidad policial –autónoma y financiada por la ONU– que se creó cuando la Policía Nacional Civil daba sus primeros pasos, ante los fundados temores de que la institución no quisiera mirarse al espejo. Forzado por la comunidad internacional, el Estado amagó firmeza, pero tuvo que hacer frente a masivas manifestaciones de apoyo al grupo de exterminio. Al respaldo social se le sumaba el respaldo empresarial y político. El gobernador del San Miguel, Mario Bettaglio, del partido ARENA, no tuvo reparo en criticar en público las quince capturas del operativo de la DICO contra la Sombra Negra de julio de 1995, bautizado como Operación Ogro, y en el que se detuvo al actual alcalde de San Miguel, Wilfredo Salgado. El gobernador Bettaglio dijo que era un “mal necesario”, y a sus miembros los llamó los “Robin Hood de los migueleños”.

La repercusión saltó las fronteras. La oenegé Amnistía Internacional enarboló la causa, incluso redactó un dossier especial titulado 'El espectro de los escuadrones de la muerte'. Las agencias de noticias más prestigiosas del mundo lo airearon. La española Efe lo reportó así en uno de sus numerosísimos despachos, el fechado el veintiuno de julio:

Un tribunal salvadoreño decretó ayer la detención provisional de catorce personas acusadas de pertenecer al grupo armado clandestino Sombra Negra (…). También se decretó orden de captura contra un subcomisionado de la Policía Nacional Civil (PNC), César Valdemar Flores Murillo, quien hasta hace pocos meses fue jefe de la delegación de San Miguel y se encuentra prófugo. Entre los catorce detenidos se encuentran tres agentes de la PNC y el resto, en su mayoría, son residentes del barrio Milagro de la Paz, de la ciudad de San Miguel, entre quienes se encuentra un conocido comerciante (…). El supuesto involucramiento de agentes de la PNC en esos hechos ha despertado gran preocupación en distintos sectores de la sociedad salvadoreña, ya que la institución fue creada en los Acuerdos de Paz firmados entre el Gobierno y la antigua guerrilla en enero de 1992”.

Cuando un día indeterminado de 1994 la Sombra Negra asesinó a cuatro pandilleros de la clica Pana Di Locos en la colonia El Tesoro, el operativo incluyó dos furgonetas sin placas, una decena de hombres armados con fusiles de asalto y cubiertos con gorros navarone, el cierre al tráfico de una arteria importante sin que apareciera una sola patrulla policial a verificar, y un interrogatorio de cerca de una hora a una veintena de pandilleros. No se preocuparon lo más mínimo por la presencia de testigos, y hasta llevaron en fólder las fichas policiales y las fotografías de sus objetivos prioritarios.

El sargento Jaime Martín Santos Flores estuvo asignado en San Miguel desde que egresó en la promoción de noviembre de 1993. “Nosotros andábamos en la patrulla y a veces nos encontrábamos con vehículos polarizados y todo esto... y este... ya sabíamos que eran de la Sombra Negra. Todos en la PNC sabíamos que con la Sombra Negra no había que meterse. Incluso había como señales: si un carro polarizado nos levantaba las luces, aunque fuera en el día, eran de la Sombra Negra, y todos sabíamos que era mejor irse. Imagínese, dos policías en una patrulla, ¿qué íbamos a hacer?”.

Antonio Yánez, delegado en San Miguel de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH) entre 1998 y 2001 conoció de cerca la Sombra Negra porque participó en las investigaciones que ayudaron a su teórico desmantelamiento: “Nosotros le decíamos la Sandra Nolasco, por las iniciales”. Ser testigo directo de la estrecha relación con la Policía Nacional Civil, sumado a la impunidad absoluta de la treintena de ejecuciones sumarias, le generaron una desconfianza hostil hacia la institución de la que no se ha repuesto. “Lo que sucede es que la Policía, como siempre, no sirve para nada; por lo menos aquí en San Miguel no sirve para nada”, dice.

El impacto de la Sombra Negra fue tal que, dos décadas después, los nostálgicos del ojo por ojo aún lo citan como el grupo de limpieza social por excelencia.

(Vitoria-Gasteiz, Euskadi. Abril de 2014)

Recorte de una página de la edición del 26 de mayo de 1995 del diario La Prensa Gráfica, en la que se informaba sobre las amenazas del grupo de exterminio Sombra Negra. Foto El Faro.
 
Recorte de una página de la edición del 26 de mayo de 1995 del diario La Prensa Gráfica, en la que se informaba sobre las amenazas del grupo de exterminio Sombra Negra. Foto El Faro.

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(Este relato es un fragmento de la versión preliminar de un libro-crónica que aborda en su complejidad el fenómeno de las pandillas, y que El Faro tiene previsto publicar en 2018)

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