Entrevistas / Impunidad y memoria histórica
“¿Qué más me pueden hacer los policías si me quitaron ya lo que yo más quería?”

El Salvador es un país que tradicionalmente nunca se ha preocupado por sus víctimas. A pesar de sus cifras de homicidios. A pesar de que durante este año 2015 cada mes han muerto asesinados en promedio más de 500 salvadoreños. Ni siquiera existe un registro de víctimas, un registro de familiares que han pasado por el trauma de la pérdida de un ser querido. Consuelo Hernández es eso: una víctima, una entre las decenas de miles de víctimas que genera una sociedad violenta como pocas. A Consuelo la Policía Nacional Civil le asesinó a su hijo Dennis en lo que parece ser una ejecución extrajudicial. Y Dennis ni siquiera era pandillero.


Fecha inválida
Óscar Martínez y Roberto Valencia

Imagen difuminada de Consuelo Hernández, una madre a la que el Estado salvadoreño le mató a su hijo. Foto Roberto Valencia.
 
Imagen difuminada de Consuelo Hernández, una madre a la que el Estado salvadoreño le mató a su hijo. Foto Roberto Valencia.

Esta es la conversación con una pobre mujer, madre de un muchacho que fue asesinado por la Policía Nacional Civil. O al revés. Esta es la conversación con la madre de un muchacho que fue asesinado por la Policía Nacional Civil, una pobre mujer. Es difícil decidir qué va antes y qué va después. La pobreza y el asesinato de su hijo están ligados. Porque son pobres, ella y su familia estaban en el lugar donde la Policía Nacional Civil masacró. Ella y su familia son más pobres después de que la Policía Nacional Civil masacró.

Consuelo Hernández de Ramírez es una salvadoreña de 48 años que nació pobre en una finca cafetalera del municipio de Mejicanos y que sigue siendo pobre a día de hoy en el cantón El Matazano 2, del municipio de San José Villanueva, en el departamento de La Libertad. Nunca fue a una escuela. No lee ni escribe. Toda su vida ha sobrevivido de limpiar casas o de trabajar fincas. El mayor sueldo que llegó a ganar fue en la finca San Blas y eran 60 dólares cada 15 días. Ella es una de esas personas de las que se dice que repiten ciclos familiares. Es una entre diez hermanos. Es madre de siete hijos.

De sus siete hijos le quedan seis. Uno, Dennis, fue asesinado. De sus nueve hermanos, también uno, Chus el mandador, fue asesinado... tres semanas después que Dennis.

La madrugada del 26 de marzo de 2015 siete varones y una mujer murieron debido a disparos policiales en la finca San Blas, de El Matazano 2. La Policía mintió al decir que fue un enfrentamiento contra pandilleros armados que murieron en medio del fuego cruzado. Dennis Alexander Martínez Hernández no estaba armado, no sabía disparar, no era pandillero. Él se rindió cuando la Policía se lo pidió. Abrió la puerta de su cuarto con docilidad y suplicó que le permitieran explicar que era el escribiente de la finca. Fue asesinado de un tiro que le atravesó la cabeza de arriba hacia abajo. Tenía 20 años. Su madre, Consuelo, escuchó todo a unos pocos metros. Lo escuchó suplicar. Escuchó el disparo que lo mató.

Jesús Hernández Martínez era el mandador de la finca. La madrugada de la masacre no estaba en San Blas. Chus hablaba por teléfono con Dennis justo antes de que los policías lo sometieran antes de asesinarlo. Mientras las autoridades procesaban la escena, Chus el mandador insultó a policías y fiscales que procesaban la escena, les llamó asesinos. Él desapareció 22 días después de la masacre. Su cadáver apareció un día después, temprano en la mañana, en la calle principal al cantón El Zapote, del municipio de Huizúcar. Tenía cinco machetazos en la cara y un nailon azul alrededor del cuello. Chus el mandador era uno de los hermanos de Consuelo. Después de su muerte, tras haber soportado seguir trabajando en la finca donde asesinaron a su hijo, Consuelo y su marido Fidencio dejaron de cuidar los cafetales de San Blas.

A Consuelo le falta un brazo. Se congrega con fidelidad militar en la sede de El Matazano 2 del Tabernáculo Bíblico Bautista. Vive en una casa-champa donde le dan posada hasta diciembre. Su marido acaba de quedarse sin trabajo. No sabe cómo comprará comida para sus hijos esta semana. Es una de esas personas a las que la mayoría de políticos solo verán cuando reparten camisetas en período de campaña electoral. Es parte del grupo de millones de salvadoreños que jamás serán entrevistados por un medio para preguntarles por su vida. A no ser que les ocurra algo fuera de lo común, como ser víctima y testigo en una masacre ejecutada por la Policía Nacional Civil. De hecho, aunque moleste reconocerlo, esa es la única razón por la que se dio esta conversación.

¿Qué papel han jugado a lo largo de su vida los distintos gobiernos de El Salvador?
Nada... porque... que yo sienta... aparte de trabajar con mi esposo... yo creo que nada ha tenido que ver el Gobierno en mi vida. Bueno, gracias a Dios, siempre hemos podido trabajar y sacar adelante a los niños. De ahí, ayuda del Gobierno... nunca... para nada.

Imagine que tuviera oportunidad de dirigirse a las personas que gobiernan este país. ¿Qué les diría?
No sé, no sé... Así de repente no puedo pensar eso.

¿Y si tuviera enfrente a los policías que llegaron a la finca y mataron a su hijo?
No, ni quiera Dios que eso pase. Yo no sé si puede imaginarse lo que puede haber en mí, pero no quisiera que pase eso.

¿No quisiera ver a esas personas de ninguna forma?
En un momento sí yo decía de verlos y sacar el odio de adentro, pero hoy que ya pasaron los meses, quizá mejor ya no. O sea, el odio sigue, ¿para qué lo voy a negar? Cuando me preguntan si siento temor ante un policía, ya no lo siento, porque ¿qué más me pueden hacer si me quitaron ya lo que yo más quería? No creo que haya algo peor que eso.

¿Es rabia lo que siente?
Yo creo que quizás eso. Hasta ahorita no logro quitar ese resentimiento que siento.

Doña Consuelo, cualquier persona podría creer que su vida es dura desde que perdió a su hijo Dennis, pero ¿cómo era su vida antes?
Bueno... la vida....

Cuéntenos de dónde viene usted, cómo fue su juventud, su niñez. ¿Dónde creció usted?
Cuando yo nací, mis papás vivían siempre en una finca, pero en el área de Mejicanos; no en la propia ciudad, sino por la zona de San Roque, en el volcán. Se llamaba Los Luceros.

¿Cuándo nació usted?
El 9 de noviembre de 1966. Voy a cumplir 49 años. Y por allá nací y por allá crecí.

¿Cuántos hermanos?
Diez. Seis varones y cuatro hembras. Yo era de las de en medio.

¿A qué se dedicaban sus papás?
Mi papá siempre trabajó en la finca; igual mi mamá. Ellos siempre en una finca de café. Los dueños de Los Luceros tenían relación con los dueños de San Blas. Mi mamá contaba que a todos nos tuvo ahí. Nunca fue a un hospital a tenernos. La casa era sola porque, como la finca era bien grande, las casas estaban retiradas. Así que en ese lado yo nací, crecí, y ahí también nacieron mis primeros hijos. Hoy casi toda la familia mía por ese lado está.

¿Le tocó empezar a trabajar desde niña?
En la corta no, porque los más pequeños eran varones, y yo era la única hembra en la casa; entonces, mi mamá me dejaba haciendo el oficio o cuidando a los chiquitos, que eran mi hermano Chus y otro.

No pudo estudiar.
Nunca fui a la escuela. Ellos... mi papá... nunca se preocuparon para que fuéramos a una escuela. Yo no puedo leer ni escribir.

¿Cómo vivieron la guerra civil en esa finca?
Los Luceros está abajo del volcán de San Salvador, y ahí sí hubo movimiento de guerrilleros y soldados, pero tampoco tanto. Mi mamá siempre seguía trabajando, y yo, en la casa. Quizá es más terrible ahora que en la guerra.

Cuando sale de Los Luceros, ¿hacia dónde va?
En Los Luceros tuve a mi primer hijo, Walter, y también a mi Paula, y ya para cuando nació mi Dennis es que me fui para San Blas.

¿Por qué se cambia de lugar?
Cuando muere mi papá, una hermana mía ya vivía en San Blas, porque su esposo era el mandador. Yo trabajaba, pero en casas, como doméstica; me dejaban salir cada dos semanas. Ahí ya tenía a mis dos primeros hijos, pero estaban pequeños. Mi mamá se vino para San Blas también y se trajo a mis hijos, porque ella los cuidaba cuando yo trabajaba, y llegó el momento que yo me tuve que venir para acá también.

¿Trabajaba en casas de San Salvador?
No, en casas aledañas a donde vivía. Y no estuve siempre en la misma. En la última sí duré bastante.

¿Se acuerda de cuánto le pagaban?
Llegué a ganar 100 colones quincenal [$10.43 al cambio actual, pero estamos hablando de finales de los ochenta]. Yo sentía que para dos hijos estaba bien.

Y cada quince días la dejaban salir.
A veces cada 15 días, a veces cada ocho. Y mis hijos, con mi mamá, cada vez más grandes. Cuando salieron de Los Luceros, empezaban a ir a la escuela.

El cambio de Mejicanos a San José Villanueva, en cuanto a condiciones de vida, ¿fue a mejor?
No, igual, porque yo siempre tuve que trabajar. Yo cambié de casa, y de lugar, pero tuve que seguir trabajando. Además, yo nunca había trabajado en finca. Entonces, cuando llego a San Blas, yo sentía que estaba todo bien retirado, pues, porque viajar desde aquí a Mejicanos no era fácil. Mi hermana me dijo: aquí podés trabajar en la finca. Pero yo nunca lo he hecho, le dije.

¿Dónde se ganaba más, en la casa o en la finca?
La diferencia es que en una casa le dan comida, posada... uno tiene todo, y el sueldo le sale limpio. En la finca no. Pero por eso yo me sentí incómoda porque decía: ¿cómo voy a trabajar en la finca si esto es bien difícil? Si nunca lo he hecho... Sin un brazo además.

¿Cómo perdió su brazo?
Me quemé con corriente. Tenía 12 años. Fue por andar jugando...

¿Piscucha?
No. Esos alambres que tienen los postes... unos que están sembrados en la tierra para sostener los palos, para que no se caigan tan fácil. ¡Ese agarré yo! Andaba con Chus y con el más pequeño. Estábamos en la milpa, porque mi papá tenía su milpa, chiquitita, pero la tenía, y yo oí que los zompopos se estaban comiendo las matitas de maíz. Bueno, y un día, como a las cinco de la tarde, salí a donde estaba la milpa, y mis hermanitos conmigo. Y yo... no sé... quizá agarré un alambre y les dije que jugáramos a saltacuerda, y cuando yo le quise dar vuelta al alambre, para que los niños saltaran, tocó en los de arriba, que son los que tienen corriente, pero yo no sé... porque hasta ahorita... Mis hermanos estaban pequeños... pero decía Chus que me aventó y caí inconsciente. Mi hermano se fue a donde mi papá y le decía que yo estaba muerta. Y cuando fueron a ver ellos, me levantaron, pero cuando reaccioné, estaba en la cama. No me acordaba de nada.

¿Dónde la llevaron?
Al Rosales.

¿Alguien se hizo cargo? ¿Los de la luz o alguien?
No. Ahí quedó. Yo pasé cuatro meses hospitalizada. Y al final fue que el doctor dijo que, por descuido, el brazo había que amputarlo, que no había otra manera de salvarme. Y entonces fue que me amputaron.

¿Por descuido de la atención médica?
Así le dijeron a mi mami, que había sido descuido de los médicos.

O sea, desde la descarga usted pasó cuatro meses con su brazo.
Cabal, y a los cuatro meses decidieron amputar, porque ya... echaba un olor como... feyo... y dijo el doctor que no había nada que hacer.

¿Y sin brazo le tocó cuidar a sus hermanos pequeños?
Sí.

¿No le afectó mucho la amputación? ¿Siguió siendo la misma?
No, fíjese que no, porque para mí fue difícil. Cuando yo me quemé, hacer los oficios de la casa ya no era lo mismo. Me estuve no sé cuánto... un mes, dos meses, que no quería salir de la casa, solo encerrada... hasta que quizá viendo la necesidad de mi mamá yendo siempre a trabajar... fue que... que había que hacer el oficio de la casa. Y ahí empecé de nuevo y me fui adaptando.

Nos decía que salió de Mejicanos hacia la finca San Blas.
Cuando yo me vine, mi Dennis ya había nacido.

¿El papá de ellos nunca respondió?
No. A mí me tocó luchar para que mis hijos crecieran. Mi hermana me dijo que ir a San Blas era lo mejor, para que yo no viajara tanto, y para ver más a mis dos hijos mayores, que ya estaban algo grandes. Ya acá, yo intenté trabajar en la finca, pero no pude porque no estaba acostumbrada y no le hallaba. Quizá fue que en las casas uno la mayoría del tiempo uno no se asolea... la comodidad pues. Porque andar en el campo... ay... yo sentía que no era para mí eso, que no podía. Pero después... tenía mis hijos, tenía que hacerlo. Solo yo respondía por ellos, y con esfuerzo me acostumbré, y ahí estuve, en San Blas, cuando mi Dennis era un bebito bien chiquito. Y ahí trabajaba cuando nos conocimos con Fidencio, el que ahora es mi esposo. Y me casé con él.

Él era trabajador de la finca.
Pero no en San Blas. Él vivía en otra finca en la que hay beneficio; bueno, hoy ya no está el beneficio. Nos conocimos, nos casamos. Y ya casada con él es que lo llevan a Zapotitán.

¿Cuántos años estuvo en San Blas en esa etapa de su vida?
Pues llegué con Dennis tiernito, y cuando me lo llevo tenía unos cuatro años.

¿Y en Zapotitán cuántos años estuvieron?
Como 12 años.

Siempre en una finca de café.
No. A él lo enviaron para una loroquera. Y llegó como encargado de un grupo de personas que iban a trabajar ahí. Llevaron las plantitas y todo eso. Y allá íbamos, con casa y todo, y él llevaba un buen sueldo. Yo ni trabajaba.

¿Un buen sueldo cuánto es?
Todavía era en colones cuando empezamos. Pero sí, ganaba como cien colores a los quince [siempre $10.43, pero ya hablamos de finales de los noventa]. Todo era bonito allí. Tranquilo. No pagábamos la luz ni el agua... bueno, el agua sí, porque en ese sitio se compraba por barriles.

Para ustedes allí la vida era buena.
Nos arreglábamos bien con cien colones quincenal y solo con Dennis, porque a los dos grandes mi mamá no me dejó llevármelos, y se quedaron en San Blas. Con mi esposo tuvimos allá a Esmeralda y a David y a Noé, pero aun así todo era bonito, vivíamos bien, todo bien. Mi Dennis empezó a estudiar en Zapotitán, y después vino el tiempo en el que tenía que ir a la escuela, y lo mandamos a la escuela. Pero al principio todo era bonito...

Hasta que Dennis fue a la escuela...
Allá nació también Julio, el menor de todos, y ya éramos más. De ahí que la producción de loroco no sirvió, y el dueño quitó ese cultivo, y a mi esposo lo dejaron sin trabajo. Y ya de ahí para acá he sentido que todo es más difícil, porque teníamos cinco niños y...

¿Tuvieron problemas con las pandillas en Zapotitán?
No, no, no. Bueno, allá crece mi Dennis, y pronto me dijo que quería trabajar, que ya no quería estudiar. Yo le decía que tenía que seguir estudiando, pero en un momento él dice que no. Y quedamos en que él iba a trabajar pero también iba a estudiar a distancia, pero allá no le dieron oportunidad, porque las escuelas no tienen eso, y los trabajos que hay son en cañales, en panaderías, en cafetales. Mi Dennis empieza a trabajar en una panadería, tenía como 12 o 13, porque tenía como 15 cuando él se regresó a la finca San Blas.

¿Por qué Dennis se aleja de ustedes?
Mi hermana aún vivía en San Blas. Un día me llama por teléfono y me dice que su nieto de 9 años había fallecido, de cáncer. Entonces nos avisaron, venimos, y justamente ese día mi Dennis se había quedado sin trabajo porque habían hecho recorte. Ya estando aquí, después del entierro y todo, él me dice: “Mamá, me quedo una semana con mi tía; total, ahora no estoy trabajando”. Y yo no quería, pero al final se quedó ahí.

Una semana.
El acuerdo era que se iba a quedar una semana, pero pasó la semana y el día domingo llegan ellos a Zapotitán con mi hijo, y me dice: “Mamá, me voy a ir donde mi tía, porque allí tengo dónde trabajar”. Yo no me lo esperaba, ni me lo imaginaba. Y me dice. “Yo voy a ser el escribiente de la finca”. Pero yo lo veía tan pequeño... Yo me puse a llorar. Y mi hija mayor me dijo: “Déjelo, mamá, que es una oportunidad para él, y va a poder seguir estudiando, va a trabajar y a estudiar; véale el lado bueno”. Y entonces, se vino a San Blas, y nosotros quedamos allá. A veces él iba a vernos, y a veces yo iba a verlo a la finca. Así pasó el tiempo. Y así pasó el tiempo... crecieron mis hijos... y en Zapotitán se empezó poner bien feo...

Por las pandillas .
Hoy sí.

Cuando dice que se puso bien feo, ¿a qué se refiere?
Cuando llegamos allá, ese lugar era bien sano. No había bulla de pandillas, no había bulla de nada. Pero de repente, y como allá todo mundo anda en bicicletas, y hay muchos cañales, se empezó a oír que a fulano le habían robado la bicicleta en tal parte, que a una niña por allá, y que no sé qué. Entonces, viendo a mi David y sobre todo a mi Esmeralda… ya ni confianza tenía de enviarla en bicicleta al molino y mejor iba yo... y este... fue que decidimos venirnos para acá.

¿La pandilla era la misma en los dos sitios ?
No sé. Yo de eso no sé.

¿Creyeron que San Blas era más sano?
Sí, San Blas siempre ha sido sano, pero nos vinimos también porque yo anhelaba estar cerca de mi Dennis. Habían pasado años, pero nunca me había acostumbrado a vivir en aquel lugar, a pesar de que me gustaba y todo eso, pero quería estar en San José Villanueva, porque aquí estaban mi hermano y mi hermana y mi Dennis.

Llegaron de un solo a la champita en la que estaban cuando ocurrió la matanza.
Sí. Que era donde habíamos estado también antes de irnos a Zapotitán.

¿Cómo le cambió la vida la masacre?
Yo digo que... quizá… bueno... en lo económico ustedes ya saben cómo estamos ahorita. Imagínese, Fidencio sin trabajo, y son tres niños que tengo en la escuela. Hasta ahorita no sé qué vamos a hacer. Confío en Dios. Es el único que nos va a ayudar. Pero no sé...

Modesto recordatorio de Dennis Alexander y Chus el mandador, hijo y hermano de Consuelo Hernández asesinados con apenas 22 días de diferencia, en casos que se presume que tienen relación. Foto Roberto Valencia.
 
Modesto recordatorio de Dennis Alexander y Chus el mandador, hijo y hermano de Consuelo Hernández asesinados con apenas 22 días de diferencia, en casos que se presume que tienen relación. Foto Roberto Valencia.

¿Qué pasó en la finca después de la masacre? Sabemos que ustedes, por la necesidad, trabajaron algunas semanas más, hasta el asesinato de su hermano: Chus, el mandador.
Dejamos la casita donde vivíamos. Solo volví por algunas cosas el mismo día que habían matado a mi Dennis. De ahí hasta que fuimos a sacar todo. Ya cuando mataron a mi hermano Chus, Fidencio estuvo en la casa, no trabajaba. Pasamos con lo que habíamos ganado la última quincena. De ahí él tuvo que irse hasta Zapotitán, donde ha estado trabajando ahorita.

Pero durante unos días, hasta que asesinaron a Chus, siguieron trabajando en la finca.
Sí, como 15 días después de morir mi hijo. La necesidad...

¿Cuál era su trabajo ahí?
Cuando todo estaba normal, cortar el café, limpiar el cafetal, abonarlo, quitarle todos los hijitos nuevos que echan los palos. Eso.

¿Cuánto ganaban en la finca?
60 dólares quincenal cada uno. Y no se pagaba ni agua ni luz ni casa. Los niños se sentían bien.

¿Era una buena vida?
Se puede decir que era una buena vida.

¿Con 120 dólares a la quincena y tres cipotes salían adelante?
Sí, salimos adelante. Es más, no comprábamos maíz, porque mi marido había hecho milpa.

¿El salario de Dennis era más?
Él ganaba 75 dólares la quincena, como escribiente, y le daban oportunidad de estudiar. Nos habían aumentado a todos pocos meses atrás, porque en un principio, nosotros ganábamos $50, y él, $60.

¿Cuánto tiempo vivió usted en San Blas antes de la masacre?
Como un año y medio.

¿Dennis les ayudaba?
Sí. Él decía que él se iba a quedar a cargo de David, el mayor de los tres que tengo en casa. Su idea era sacar adelante a David.

¿Se refiere a la escuela, quizá la universidad?
Sí, porque mi Dennis tenía el sueño de que un día iba a dejar de estar en la finca y ser alguien en la vida. Este año iba a salir del bachillerato y entrar a la universidad. Para cuando David fuera grande, mi Dennis soñaba con ya no estar en la finca, ser un profesional; pero eso no se pudo.

¿David en qué grado está?
Sexto.

Después de salir de la finca porque asesinaron a su hermano Chus , ¿de qué viven?
Solo estuvimos quizá una quincena. De ahí unos días sin trabajo. Luego, a Fidencio lo buscaron que fuera a peinar unas dos tareas para hacer milpa, pero solo fueron como cuatro días. Una tarea de peina no se va a hacer en un día. En dos días hacía una tarea. Fue a trabajar. De ahí me dijo que él, no tan contento porque no le gusta irse tan lejos a trabajar, que iría a Zapotitán a buscar trabajo. Está bien retirado, y sobretodo el gasto de pasaje. Ahora nos levantamos a las 4. Digo nos levantamos, porque yo me levanto a hacerle comida, y él, a prepararse.

¿Cuánto gasta en pasaje?
Hasta Santa Tecla, la cora, y de Santa Tecla hasta donde va él, $0.60.

Paga $0.85 por ir y lo mismo volver.
Todos los días.

¿Para ganar cuánto a la quincena?
70 dólares.

¿Viven con los $140 mensuales que gana Fidencio menos lo de los pasajes?
Sí. Créame que no es fácil. Está bien difícil. Y más ahorita que… bueno... le han dicho que no hay trabajo para él ya en Zapotitán. No sabemos qué vamos a hacer.

¿Cómo consiguieron la champita en la que viven?
Estaba sola. Y no hallábamos para dónde movernos. Las primeras dos noches después de que mataran a mi Dennis estuvimos, una donde mi hermana, y otra donde mi hermano. Pero una noche nos íbamos donde mi hermano, y los niños con mi hermana. Estábamos todos separados. Solo era el chitiquillo el que andábamos siempre. Vimos que esa casa estaba sola. La señora la da en alquiler. Hablamos con la señora. Ella nos dijo que sí, que nos dejaba estar por la necesidad, pero hasta diciembre. De ahí para allá tenemos que buscar otra casa. Ella conocía bien a Dennis, trabajaba en la misma finca y le tenía aprecio.

¿Cuántos hijos dependen de usted y Fidencio?
David, Noé y Julio, el más chiquito. Esmeralda se acompañó. Esos son los cuatro de Fidencio. Luego estaba mi Dennis. Otra que se llama Paula, que tiene como 28 años; y Walter, que es el primerito, y tiene 30. Pero con nosotros tres pasan.

¿Qué consecuencias ha generado en sus hijos pequeños lo que les pasó? ¿Tienen resentimiento?
Antes en la escuela no había queja. Luego pasa lo que pasó, y de ahí se viene la primera reunión en la escuela. Yo hablo con los profesores y me dice la profesora de Noé que está distraído, que ya no rendía lo mismo. Luego hablo con el profesor de David, el mayor de los tres, y ahí fue peor: estaba muy inquieto, demasiado rebelde. El maestro todo esto lo llegó a entender. El maestro de David es también pastor, es el que les predica a los jóvenes. Hasta cierto punto yo entiendo a David, me dijo. Castigarlo sería peor, le haríamos más daño que mejorar. Llegó a darse duro con un compañero en la escuela, cosa que en él nunca se había visto. De un niño bien portado en clase pasa a ser un niño que... aunque no me guste... un niño que genera problemas entre los demás compañeros. La semana después de vacaciones me lo expulsaron una semana porque le contestó a una maestra. Y todo esto está relacionado con lo que le pasó a mi Dennis. Él nunca tocó el tema. Y yo no le tocaba el tema, porque sabía que para los dos era doloroso. Fue un mes o dos meses después que de él salió. Estábamos viendo las noticias y vio unas imágenes ahí, y reaccionó. Dijo unas palabras que no puedo repetir.

Repítalas, por favor.
No, porque quizá muy peligroso para el niño. No quisiera repetirlas.

Supongo que cuando él dijo esas palabras, en la televisión había policías.
Sí.

La edad en la que está David es complicada, 14 años. No queremos faltarle el respeto, ¿pero tiene el temor de que la pandilla le parezca atractiva?
Sí, llegué a tener ese temor. Cuando él se graduó de prepa, se veía en la foto con saco y corbata y me decía: yo voy a ser un licenciado. Pero claro, no habíamos pasado por todo lo que hemos pasado. Él lo decía, ese era su sueño: ser licenciado. Luego pasa todo esto y esos sueños se vienen abajo y los pensamientos de él cambian. De una manera en que a mí me asusta. A veces le digo: hijo, usted es un hijo de Dios, y la venganza no viene de Dios. Porque las palabras de él eran palabras que no… Las palabras de él fueron bien claras… Cosas… Quizá él sentía odio, cólera. Quizá esos sentimientos le hicieron pronunciar esas palabras… Pero es que Dennis y él estaban muy unidos. Todos los miércoles y viernes ellos se alistaban. Si Dennis iba a jugar fútbol, él lo acompañaba. Ya iba a cumplir los cuatro meses de la muerte de mi Dennis cuando David volvió a tocar el tema. Una noche que, no sé, quizá él sentía deseos de hablar, o no sé. De repente se quedó viendo el cielo y me dijo: ahorita, así como está el cielo, me recuerdo cuando iba con Dennis al culto. ¿Te hace falta, verdad, hijo?, le pregunté. Sí, mami, me hace mucha falta. Yo no hablo de él, me dijo, pero eso no quiere decir que no me acuerde, y ahora ya nada es igual. Yo corro, juego, pero ando ese vacío, me dijo. Nada va a ser igual. Siento que va a la escuela por compromiso, pero no como lo hacía antes.

¿Lo ha visto reaccionar cuando pasan policías cerca de él?
Miedo les tiene.

¿Y usted?
Para qué le digo…

¿Usted teme que él esté más cerca hoy de una pandilla?
No, hasta eso, no. Creo que lo que dijo fue en un momento de odio, pero creo que está desechando esa idea.

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